miércoles, 16 de noviembre de 2016

GANCHZSCOCHA

En aquellos tiempos, nacieron dos hermosos gemelos de una mujer tonta. Pronto crecieron y se hicieron hombres. Pero aparecieron unos monstruos con figura humana que vomitaban fuego, y los mataron. El padre los volvió a la vida y para salvarlos de peligros futuros los trasformó en serpientes. Las serpientes eran hermosísimas, y se fueron a vivir lejos. La más grande que era hembra se fue a la laguna de Ganchiskocha, y la otra que era pequeña y macho a la laguna de Yanakocha. Todo esto sucedió en el Valle de Konchukos.

Un día las serpientes sintieron demasiado hambre y salieron en busca de alimentos. Empezaron a arrastrarse por la tierra, como sus cuerpos eran gigantescos hicieron gran estruendo y las montañas y quebradas se estremecieron, y de ese movimiento nacieron nuevos valles. Al llegar al primer montón de piedras que los viajeros habían hecho en una montaña, y encontrarlo destruido, pensaron que los hombres eran malos, entonces decidieron devorarlos. La serpiente hembra dijo:

-En las mañanas me alimentaré en Chakas, en el mediodía en Piskobamba y en la noche en Yungay.

La serpiente macho a su vez prometió:

-En las mañanas comeré en Kasqa, a mediodía en Kurayaku y en la noche en Pasakancha.

Los habitantes de todos esos pueblos no sabían que el exterminio los amenazaba. 

Cuando hayamos devorado a todos, juraron al mismo tiempo, nos juntaremos para dar la vuelta al mundo. Cruzaremos la Cordillera Blanca y Negra. Pero apenas comenzaron su labor destructora, el dios Wirakocha se indignó e intervino. Les disparó sus rayos, y las serpientes se convirtieron en rocas agudas de color azul. Sus cabezas se salvaron de la catástrofe. De ellas están creciendo nuevos cuerpos de serpientes. Cuando se hayan desarrollado definitivamente, en el Valle de Konchukos renacerá la vida y el mundo será como en el comienzo. Las dos serpientes se convertirán en hombres-dioses. Estos crearán una nueva sociedad donde los hombres serán libres y no habrá injusticias.

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La leyenda de Kerukocha

Durante la colonia, el virrey envió a Recuay una campana de oro, cuyo sonido se oía a mucha distancia, envidiosos los huaracinos, marcharon sobre Recuay para apoderarse de ella.

Los recuaínos se defendieron con bravura, en el fragor de la lucha, dos guerreros, uno huaracino y otro recuaíno, se trenzaron en singular combate, el recuaíno tenía la campana y la defendía con fiereza, en el colmo del furor los dos rodaron a un precipicio y en el vertiginoso trayecto, la campana se le escapó al guerrero y cayó en una pampa donde se hundió.

Al sepultarse formó un enorme hoyo de cuya profundidad brotó agua dando origen a la laguna de Kerukocha. A las 12 de la noche ésta campana repica fúnebremente, doliéndose por la muerte de los guerreros.


La leyenda de Kerukocha


El venado encantado de Carcas

En Carcas, pequeño poblado del distrito de Chiquián en la provincia de Bolognesi, hay un cerro llamado Huanya. En su interior duerme un fabuloso tesoro que los incas ocultaron a la codicia de los españoles. El Dios Sol decretó que un venado corpulento, de hermosa piel y cuernos relucientes, debía tener la eterna misión de cuidarlo.Desde entonces, el bello animal ronda por los parajes de ese lugar, no permitiendo que nadie llegue a descubrir la entrada de la caverna. Pero el demonio una vez estuvo a punto de dar con ella. Y por eso, el fiero venado, emprendió contra él una lucha feroz y sin cuartel. En las crudas épocas del invierno, cuando la tierra se cubre de una melancólica neblina, y el rocío cae tristemente de las hojas, la lucha se torna más encarnizada. Durante las noches lóbregas y heladas, el cerro se estremece ante el fragor de la pelea cruenta, fragor que apaga el estrépito de las torrentosas aguas de los tres arroyuelos que surcan el lugar. Pese a la ferocidad del demonio, el bizarro guardián de piel brillante y astas erguidas, logra derrotarlo, y el enemigo vencido aumenta el caudal de uno de los arroyuelos.

Una vez, dos cazadores habían seguido los rastros de un venado. Después de una fatigosa caminata, habían llegado a la boca de una cueva a cuyo interior se dirigían las huellas. Entraron alumbrandose con una antorcha y a su luz vieron esqueletos humanos, potes y otros objetos de alfarería. Temerosos abandonaron la tenebrosa caverna. En el interior, al emprender el regreso a sus chozas, uno de ellos resbaló y al incorporarse apoyándose con las manos en el suelo remojado por las lluvias, descubrió una galería subterránea. Al hurgar en ella, advirtieron que estaba llena de alhajas de oro y piedras preciosas. Quisieron cargar con la riqueza, en eso, al divisar por el campo, vieron a un venado de singular gallardía, pero ni se les ocurrió cazarlo. Anduvieron por los alrededores en busca de un burro para cargar a sus casas la fortuna, pero con mala suerte. Entonces, fueron al sitio donde habían encontrado la galería, con la intención de llenar sus alforjas con las joyas, mas no pudieron dar con ella. En la búsqueda desesperada se perdieron, y nadie supo de ellos. El venado que había divisado anteriormente, y que no era sino el celoso guardián de la gigantesca riqueza, los había convertido en dos arroyuelos que empezaron a correr junto al que ya existía, el cual se había formado por la transformación de los demonios a quienes el bizarro animal, había vencido en anteriores jornadas.

El venado encantado de Carcas



LA DAMA Y EL VIAJERO
Cuando me disponía venir a Lima conocí a don Guillermo, que muy amablemente me invito a subir a su camión en donde transportaba cereales a la capital desde Huancavelica; subí en la Oroya. Le dije que tenía el mismo nombre de mi abuelo ya fallecido, que también se dedicaba en sus años de juventud a viajar transportando alimentos de Huancayo a Huancavelica y viceversa.

Te cuento lo que me paso en el pueblo de Pampas, cuando viajaba para Huancayo trayendo carga –me dijo.

“Cuando salía de Pampas, ya muy de noche y bajo una interminable lluvia, pude avistar a una mujer en el camino; ella iba caminando muy lentamente en la carretera, debiste verla con aquel vestido blanco totalmente empapado. Frene suavemente pues también iba despacio por el mal estado de la carretera.

Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera protegerse de la lluvia, ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde estás tú. Era una mujer muy joven y bella, al verla en esas condiciones le ofrecí mi casaca para que pudiera abrigarse, me agradeció y en su rostro vi dibujada una sonrisa tierna.

Al acercarnos al poblado la Mejorada, ella me pidió bajarse del camión; pues tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las dos de la madrugada, le dije que se quede con mi casaca, que en otro momento iría por ella. Solo le pedí la dirección de su casa.

Pasó una semana y cuando volví a la Mejorada, fui a buscarla hasta su casa. Grande fue mi sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia -así me dijo que se llamaba-, había muerto hace diez años atrás. Precisamente en un accidente de carreteras, cuando el bus que los transportaba de Pampas se fue directo al barranco; en el lugar donde la recogí.

Yo no le creí a la señora y pensé que se querían quedar con mi casaca. Para confirmar los hechos, su madre me llevo hasta el cementerio del pueblo y allí pude corroborar que en verdad la joven y bella Virginia estaba muerta. La fotografía en el nicho era la misma chica que vi hacia como una semana. Pero lo que más me sorprendió, fue ver mi casaca a un costado, junto al nicho de la joven. Su madre no tenía explicación alguna por lo sucedido, solo me dijo que era la cuarta vez que pasaba eso; habían preguntado por su hija que había subido al camión en la carretera a Pampas.”

Quizá sea un relato cierto, porque mi abuelo Guillermo me contó lo mismo. Para poder confirmar esta historia fascinante, viaje hasta el poblado la Mejorada en Huancavelica, no busque precisamente el domicilio de la joven Virginia; sino me fui directamente hasta el cementerio y busque su nicho toda la mañana de un sábado de Junio del 2000.

Cuando me sentía desanimado y listo para salir del lugar, vi algo que me llamo la atención. Me acerque rápidamente hasta aquel sitio y note algo al costado de un nicho; era una bolsa, y dentro de ella pude ver una chompa de alpaca de color marrón y franjas blancas. Era el nicho que estaba en un extremo del cementerio, casi escondido, casi olvidado. En la lápida semidestruída pude distinguir el nombre de Virginia Matos, fallecida en 1989. Aunque no pude ver la fotografía.

Deje las cosas en su lugar y salí del cementerio, ya era de tarde; sentí el deseo de ir a la casa de Virginia. Al volver a Huancayo me preguntaba ¿Cómo pudo llegar aquella bolsa con una chompa hasta ese lugar? ¿Por qué precisamente ahora que fui a confirmar la historia? ¿Será que Virginia me tenía algo preparado como bienvenida? Quizá apenas haya sido una mala pasada de mi imaginación.

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El Condenado

Un arriero que traía de Ayacucho cuatro cargas de plata a lomo de mulos, por encargo de su patrón, se alojó en las inmediaciones de Izcuchaca (Huancavelica), en un lugar denominado “Molino” de propiedad del señor David, quien tenía su cuidador; éste muy de madrugada, mientras el arriero cargaba el cuarto mulo, hizo desviar una carga y arrojó solo al animal.
Mientras el cuidador se repartía el dinero con el propietario del sitio, el arriero desesperado con su desventura a cuestas, puesto que, para reparar la pérdida tenía que trabajar el resto de su vida y tal vez hasta sus descendientes, impetraba de rodillas a los causantes quienes por la codicia del dinero tornándose indolentes y sordos al clamor el pobre indio cuyas inocentes lágrimas llegaron hasta el cielo en procura de la justicia divina.
Al poco tiempo murió el cuidador del “molino”, su mujer y su hijo. Aquel por ser el culpable directo se condenó, es decir, arrojado “alma y cuerpo” de la vida ultraterrena, debía refugiarse por entre los montes tomando la forma de un animal con cabeza humana gritando de vez en vez: David devuelve la plata… Inclusive creen que por causa del humo don David, dueño del molino, que aún vive, sufrió de parálisis en sus piernas.

Algunos indios astutos aprovechan de esta superstición del “condenado” para llevarse, en época de cosecha, un poco de cereales de las eras. 

Izcuchaca (Huancavelica)

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